Llevamos cerca de 3 años,
viviendo una situación muy crítica para todos. Por más que ocasionalmente aparezcan
en la prensa, pequeños augurios de estancamiento o de mínima mejoría de la situación,
son más, muchísimas más y más habituales desgraciadamente, las confirmaciones
de que esto no va a mejorar durante un tiempo, más del deseable y hasta quizás, del soportable.
Usando una analogía, las
buenas noticias nos llegan con la misma efectividad, que los ánimos a la familia
del difunto en un velatorio y las malas, con la contundencia y concreción de un
porrazo en la cabeza.
Unos porrazos, que ya
hace tiempo no tienen por cómplices a la crisis global, las “subprime”
americanas, el boom inmobiliario, los biorritmos de la Merkel o la prima de
riesgo y la pérdida de confianza de los mercados financieros. Ahora mismo, llevan
la etiqueta de la corrupción, el soborno, la complicidad, el enchufismo y
tantas y tantas otras podredumbres, de la que el ser humano es capaz de hacer
gala.
Leyendo el libro Banca
Rota, publicado por Ramiro Franco, autor además de un fantástico blog que sigo
habitualmente me asaltó una pregunta (aquí dejo su dirección: http://ramirofrancof.wordpress.com/ y recomiendo tanto la lectura de su
libro como de su blog. Gracias Ramiro por suscitar mi inquietud y curiosidad leyéndote) : ¿Cómo necesita resolver una
sociedad todo lo que está ocurriendo?
La respuesta, no parece
nada sencilla, más bien preocupante y repleta de cuestiones críticas. ¿Esta
sociedad, quedará en paz cuando el paro vuelva a unos niveles sostenibles y las
personas, ahora sin empleo, vuelvan a tener unos ingresos cada mes? ¿Será suficiente,
que una vez “depurado” el sistema financiero, sólo queden 4 o 5 bancos de
irreprochable solvencia y que todos nos sintamos satisfechos con su actividad? ¿Bastará
con recuperar la estabilidad económica, aminorar el déficit o lo que sea
necesario, que no existan recortes ni subidas de impuestos y que hasta los
funcionarios recuperen la normalidad de sus pagas extras?
No sería lógico. Esos no
son remedios suficientes para que una sociedad quede en paz después de lo
vivido, aunque si, indiscutiblemente, necesarios e imprescindibles. Como
anunciaba al principio, aquí hay una crisis global, la de las grandes e inexpugnables
causas para la mayoría de las personas de a píe, las de efecto global e impacto
en dominó mundial, que evidentemente, han tenido y tienen, un gravísimo impacto en todo lo que estamos viviendo.
Pero hay otra crisis, de
tanta consideración e impacto como la primera y que sí debería ser más
expugnable para los ciudadanos: el conocimiento, casi diario, de las actuaciones
de un conjunto muy concreto de personas y colectivos que, en beneficio propio,
han ocasionado un quebranto irreparable a nuestra sociedad.
En estos últimos años, se
podrían escribir centenares de páginas, con ejemplos de este putrefacto colectivo,
compuesto por políticos, empresarios, directores de bancos, alcaldes y
concejales, promotores inmobiliarios, presidentes autonómicos y de diputaciones,
consejeros y asesores varios, y así un larguísimo etcétera como todo el mundo
sabe.
Sus fechorías, aparecen día
tras día en la prensa, sólo hay que repasar, a modo de ejemplo, la prensa de
estos 10 primeros días del año. En otro tiempo, leer un periódico o escuchar un
telediario, suponía enterarse de una sucesión de accidentes, muertes,
asesinatos, suicidios y conflictos bélicos. Hoy, se ha convertido en una
sucesión interminable de fraudes, corrupciones, tratos de favor, negligencias y
otras corruptelas.
Pero la cuestión es que sus
protagonistas no tienen un impronunciable nombre en lengua extraña, ni se refugian
en conceptos, sólo aptos por personas muy doctas en economía o ingeniería
aeroespacial, ni trabajan en sitios que al oírlos, uno ni sabía que existían. Más
aún, a nadie le sorprenden los delitos que han cometido.
Este colectivo que se
engrosa día a día, tiene nombre y apellidos, se sabe dónde viven y que han
hecho. Incluso algunos, son instituciones básicas para la confianza de un país.
Sus delitos no son tan complicados como para que acaben con la etiqueta de “irresolubles”
–aquí no hay ningún asesino del horóscopo-, ni tan sofisticados, como para ser admirados
por haber robado el Museo del Louvre a plena luz del día. Se conoce perfectamente
a los cómplices que les ayudaron, quienes les compraron su “mercancía” robada y
sobre todo, hay miles, millones de testigos de sus actos a quienes preguntar y
otros tantos de afectados por sus delitos.
¿Cómo nos sentiríamos, si con todas esas facilidades, la policía nos dijese que no han sido
capaces de detener al asesino de nuestro hijo? ¿Cuál sería nuestra reacción?
A una sociedad, no le
puede bastar, para quedar en paz, simplemente con salir de la esta crisis. Lo
siento. Ni que su “reconciliación”, provenga únicamente, de protestas
ciudadanas más o menos generalizadas, organizadas y bien intencionadas, que si
bien son necesarias, no conseguirán el efecto deseado en el tiempo requerido. Una
manifestación no “cura” de ver al asesino de tu hijo, frente a frente, paseándose
por delante de tu casa. Como no lo hace, ver nombrado consejero asesor de una
multinacional, al que te ha engañado haciéndote perder todos tus ahorros,
porque confiaste en su empresa, invirtiendo todos tus ahorros en sus acciones o
participaciones preferentes.
Tampoco debería ser
suficiente, siguiendo con el ejemplo, que alguien te devolviera el 100% de tus
ahorros perdidos y continuar viviendo, sabiendo que nada ha cambiado, para impedir
que no vuelva a ocurrir de nuevo.
¿Qué necesita una
sociedad para que quede en paz después de
vivir todo esto? Seguro que no es lo que está viviendo ahora.
Quizás, deberíamos
empezar por exigir a los partidos políticos, que en sus programas para las próximas elecciones, incorporen
un apartado dónde nos digan, de forma concreta y exhaustiva, que van a hacer
ellos para que esta sociedad quede realmente en paz y que les ocurrirá si no lo
cumplen.
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