James Riddle Hoffa, más conocido
como Jimmy Hoffa, nació en 1.913 en el estado de Indiana. Criado en los barrios
pobres de Detroit, empezó en 1.929 a trabajar como cargador de camiones.
En 1.931, con sólo 18 años, su
fuerte carácter y gran carisma, le hicieron destacar con rapidez por su defensa
contra los abusos a los que eran sometidos los trabajadores del transporte,
desprovistos de cualquier tipo de asociación sindical. Su estrategia, consistía
en enfrentar a los pequeños empresarios del sector contra los grandes, para así
conseguir debilitar el enorme e ilimitado poder de la patronal del transporte
de entonces.
A los dos años consiguió promover
la primera regulación legal a favor del gremio de camioneros de Estados Unidos,
convirtiéndose en un líder sindical muy influyente. De hecho, el Sindicato
Norteamericano de Camioneros que fundó, llegó a ser el más grande del mundo por
entonces.
Teniendo en cuenta la extensión
de EEUU, su industrialización y nivel productivo, no es difícil imaginar el
poder que llegó a aglutinar el representante sindical absoluto de quienes
tenían la responsabilidad de transportar hasta el más insignificante grano de
arena por carretera en ese país. Una de sus aspiraciones era extender su modelo
sindical a otros sectores vinculados con el transporte como los ferrocarriles y
las aerolíneas, siendo él mismo el jefe en la sombra de dichos sindicatos
paralelos.
Su “especial” personalidad y
ambición, más por el poder que por el dinero, hicieron que Jimmy Hoffa no
tuviese suficiente con esos logros y acabó mezclándose con la mafia. De hecho,
sus métodos para conseguir sus logros sindicales no distaban mucho de los
utilizados por esta organización. Por ejemplo, utilizaba los fondos de
pensiones de los afiliados para dar préstamos “privados”. Llegó incluso a
codearse con lo más “florido” y tenebroso de la sociedad americana de entonces:
se enfrentó a los Kennedy, participó en el negocio del juego ilegal, etc.
Finalmente, acusado de sobornar
al jurado que investigaba sus relaciones con la mafia, pasó 7 años en prisión,
hasta que el presidente Richard Nixon le conmutó la pena en 1.971, con la
condición de que no participara durante 10 años en ningún tipo de actividad
gremial o sindical.
A pesar de eso, en 1.975 intentando
volver a las andadas, se citó en un bar de carretera con dos mafiosos y hasta
la fecha, nunca se ha encontrado su cuerpo.
Leyendo la breve reseña de este
personaje, uno puede pensar que este tipo de historias, son explicables en un
país como Estados Unidos, donde sus tentaciones y capacidad para saciar
ambiciones, están sin duda a la altura de sus dimensiones y proporciones en
todos los ámbitos.
En un país donde un sindicato
tiene decenas de millones de afiliados, que trabajan en empresas con cientos de
miles de trabajadores, que a su vez mueven miles de millones de dólares … a quién
no le sale de tanto en cuando un Hoffa en la familia ¿verdad?
Este caluroso mes de Agosto, una empresa
del sector financiero, que ha recibido decenas de miles de millones del erario
público para su recapitalización, además de fracasados intentos de venta por la
negligencia y obcecación de los máximos dirigentes gubernamentales, está inmersa
en un proceso de despido colectivo que afecta al 30% de su plantilla y cuyo
impacto más importante, se centra en el cierre del 100% de todas sus sucursales
fuera del territorio de origen.
Ante lo crítico de la situación,
los delegados territoriales de un sindicato de las zonas afectadas, solicitaron
a su dirigente principal, su participación en las mesa de negociación. No de
forma presencial, ya que el sindicato solo tenía derecho a un lugar en dicha
mesa, que sería ocupado por su máxima dirigente, sino para prestar su apoyo y
asesoramiento en las reuniones internas previas.
Las razones que sustentaban esta
petición eran totalmente obvias. Por un lado, los solicitantes se sentían con la
responsabilidad de representar a los trabajadores de quienes habían recibido su
confianza eligiéndolos. Por otro, quiénes mejor que ellos, conocían con la
profundidad y cercanía necesaria las inquietudes y situación de estos
empleados, más aún, cuando dicho sindicato disponía de más representantes
sindicales en las zonas afectadas por el cierre que en la de origen.
Poco se podían imaginar dichos
delegados, la cadena de acontecimientos que tal petición iba a desencadenar. A
pesar de ser una petición digna de elogio por el nivel de implicación,
disposición y responsabilidad que demostraba de sus solicitantes. Ni las
consecuencias que iba a tener en las carnes y carrera sindical para algunos de
ellos.
De primeras, y antes que nada, el
agradecimiento de la “máxima dirigente” a su petición y disposición,
comunicándoles que desde los ordenadores de la empresa y por personas no
autorizadas, se habían producido accesos a las cuentas e información económica
del sindicato, solicitándole a la mayor brevedad posible cualquier información
pertinente sobre el asunto….Eso por pedir nada.
Llegados a este punto del suceso,
es imposible no acordarse de aquel policía cabrón al que todos alguna vez le
hemos preguntado por una dirección y nos contestó aquello de: luego hablamos de
ello, de momento enséñeme el carnet de conducir, la documentación y el permiso
de reunión consigo mismo.
De segundas, negativa a la
petición de asistencia a las reuniones previas para ejercer la labor de apoyo y
asesoramiento solicitada en defensa de los derechos, necesidades y circunstancias
de los empleados de los territorios afectados…Eso, por si no sabían con quien se
la estaban jugando.
De terceras, suspensión cautelar
de militancia de un delegado sindical y nombramiento de la consiguiente
Comisión de Disciplina. Además, anulación de la condición de liberado a un
miembro de la comisión ejecutiva, lo que en la práctica, le impide el desarrollo
de la actividad sindical a dicho miembro…Eso por si todavía respira.
Y de cuartas, casi se nos olvida,
y quizás por “guardar las formas”, si es que la historia permite tal
consideración a estas alturas, nombramiento de un “estómago agradecido” para
salir en la foto y hacer el papel de consejero, acallando críticas y posibles suspicacias.
Nada como un hombre de paja, para que alguna señora con mando, pueda alardear
de aquello de…“soy demócrata de toda la vida”.
Estamos convencidos de que si
estos hechos los hubiéramos incorporado a la pequeña biografía de Hoffa, a
nadie le hubiesen parecido extraños, las formas y métodos que se le intuyen a
tal personaje. Pero si las atribuimos a una
insignificante dirigente sindical de un entidad rescatada, con derecho a un
único lugar en la mesa negociadora de un ERE y cuya única obligación es
defender a los trabajadores que le entregaron su confianza en unas urnas, aquí
no hay explicación posible, ni comprensible tentación de magnitudes abrumadoras,
ni Tío Sam que la llame a filas.
Cuando un sindicato es capaz de
hacer gala de conductas tan deplorables como las descritas, cuando niega la voz
y la oportunidad de ser escuchados a una parte importante de sus afiliados,
cuando abre expedientes disciplinarios y sanciona a quienes simplemente piden
el derecho a realizar la labor para la que han sido elegidos, deja de serlo,
para convertirse en una organización oscura, que atenta contra los derechos fundamentales
de los trabajadores. Y sus máximos dirigentes, son merecedores de la máxima
repulsa, desprecio y reprobación de forma pública, notoria y sin ambages.
Silenciar el derecho a expresarse
a unos trabajadores que van a ser despedidos es indecente y hacerlo coaccionando
y represaliando a sus representantes territoriales hace, señora “máxima
dirigente sindical”, que no se merezca usted ni la dignidad, ni el respeto ni
la honorabilidad del cargo que ostenta. Es usted una vergüenza para el
sindicalismo y una desgracia para los trabajadores.