Felicitar la Navidad es fácil,
desearlo de corazón requiere más esfuerzo. Quizás, perder algunos gramos de uno
mismo para dárselos a quienes se lo deseamos.
Dejar huella es sencillo. Lo difícil
es hacerlo en la gente especial, la que vale la pena y además, conseguirlo sin
ninguna orden, sin galones, sin balas ni gritos.
Escribir lo hace cualquiera.
Contar algo, sólo unos pocos menos. Hacerse entender cuesta más. Pero
escuchar de alguien como respuesta a nuestras palabras: “sé lo que quieres
decirme y porque”, es comunicarse de verdad. Es hacer sentir.
Todos los que participamos en
este blog, os deseamos, con todas nuestras fuerzas, que
este año lo despidáis pudiendo haber perdido unos centenares de gramos, que
ninguna ola moribunda de ninguna playa, pueda borrar vuestras huellas nunca y que
viváis cada día, de todos los siguientes, la felicidad de estar rodeados de personas con
las que sentir…de verdad.
Permitidnos cerrar esta, quizás atípica felicitación navideña, compartiendo con vosotros un cuento de Jorge Bucay
que lleva por título “El Buscador”:
Un buscador es alguien que busca.
No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que
está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día un buscador sintió que
debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a
esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó
todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos
divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la
derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde
maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La
rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una
portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el
pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras
blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como
mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador,
quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción…
"Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días". Se
sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una
piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad
estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta
de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla
decía "Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas".
El buscador se sintió
terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra
una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida
exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que,
el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un
dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba
por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó
si lloraba por algún familiar.
- No ningún familiar - dijo el
buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta
ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la
horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un
cementerio de chicos?
El anciano sonrió y dijo: -Puede
usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una
vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le
regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es
tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta
intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo
disfrutado…, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y
se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de
conocerla?… ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media?… Y después… la emoción
del primer beso, ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una
semana? … ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? … ¿Y el casamiento de
los amigos…?, ¿Y el viaje más deseado…? ¿Y el encuentro con el hermano que
vuelve de un país lejano…? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?…
¿Horas?... ¿Días?
Así vamos anotando en la libreta
cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y
sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba.
Porque ese es, para nosotros, el
único y verdadero tiempo vivido...